Madrid. Magerit. Mayrit. Cauce eterno de agua. Tienes la apariencia de un músculo plano, debilitado por mil años de excesos. Ciudad construida de barrios, iluminada, colapsada, atrapada entre el frío de las montañas y el calor abrasivo de la meseta castellana. Tus arterias renuevan diariamente la sangre que te nutre. El Paseo de la Castellana es una lengua de asfalto que se introduce hasta los intestinos de la ciudad, donde los excrementos se mezclan con los sueños de seis millones de muertos. Madrid no es un corazón latiendo; Madrid es un estómago todopoderoso, una boca que tritura sin dientes. Madrid es la ciudad del ansia: el ansia por escapar y volver una y otra vez.
Nosotros,
tu alimento, los que te amamos y aborrecemos con igual intensidad, los que
inundamos tus aceras, nosotros, que te sentimos como hogar aunque sepamos que
entre tus muros quizás no hay sitio para nadie, nosotros, madrileños de todos
los rincones del globo, te cantamos. Cantamos en las noches, sobre un coro de
cláxones y sirenas de ambulancia. Cantamos, clamamos, por un sitio, por
habitarte, por refundarte, por insuflarte vida. ¿Dónde respiras, Madrid? ¿En
qué fuentes bebes? La industrialización ha podrido tus aguas y ennegrecido tus
vientos. El progreso ha dibujado sobre tu cielo una campana de contaminación
que tus árboles alveolares son incapaces de destruir. Quizás haya que mirar
atrás para comprenderte. Quizás el bisturí de la Historia es el único capaz de
diseccionarte y explicarte.
Madrid,
ciudad de los Austrias, edificada sobre el expolio de un continente, entre la metrópoli y el arrabal árabe, debes tu brillo apagado a dos siglos de
robos. Madrid, Villa y Corte de una monarquía corrupta y genocida, viviste tu
Siglo de Oro cuando el oro y la plata de las colonias dejaron de afluir. La
decadencia del Imperio estimuló tu genio. Tirso de Molina y Lope de Vega
reflejaron el ocaso de un imperio en el que nunca se ponía el Sol. Los últimos
rayos iluminaron una ciudad que hervía de vida y talento, amante del teatro,
zafia y violenta, profundamente castellana. Madrid, ciudad de viajeros,
maleantes, pedigüeños, putas y mercenarios, durante dos siglos callaste,
lánguida, purgando tus culpas, cosechando derrotas, cerrándote al mundo.
Madrid,
tú que te transformaste en pueblo un 2 de mayo de 1808 con el objetivo de
elegir a tus propios tiranos, abonaste tus afueras con la carne fusilada de
tres mil madrileños. Ciudad grotesca inmortalizada por Goya, escenario de su
aislamiento y sus Pinturas Negras, sus cuadros reflejan el alma atormentada de
un siglo del que aún resuenan sus ecos. Tras esto, el Absolutismo volvió. Las
revoluciones de Europa no resonaron entre tus muros, condenándote a un
inmovilismo que te colocó a la cola de las capitales de Europa. Llegaste tarde
a la carrera colonial, y mejor así. Demasiada sangre de indígenas arcabuceados
por Pizarro y Cortés mancha ya tus paredes. A comienzos del siglo XX, la
pérdida de tus últimas colonias descabezó por completo tu secular mentira
colonial. De nuevo, la decadencia económica convertida en podredumbre moral, te
estimuló, y surgió la Edad de Plata. Unamuno, Azorín y Pío Baroja entre otros
alzaron sus voces para regenerar un país marchito y sin esperanza. Madrid,
centro geográfico de España, ya te habrás dado cuenta. El fracaso te
engrandece.
La
convulsión de las primeras décadas del siglo dio paso a una República que se
convirtió en anomalía histórica. Europa cedía ante el fantasma del fascismo,
pero, Madrid, tu arrojaste de sus palacios a un rey que habitaba en el lujo, al
margen del hambre del pueblo. Cientos de miles de personas acogieron con
esperanza una República que se perfilaba como el fin de la desigualdad. Tras
cinco años de luchas intestinas, los extremos destriparon un sistema incapaz de
parar la rueda del capitalismo. En julio de 1936, el pueblo de Madrid se lanzó
de nuevo a las calles. El Madrid del 36 es La Pasionaria enardeciendo a las
masas hambrientas de justicia. El Madrid del 36 es la calle de Atocha, con las
Brigadas Internacionales desfilando hacia el frente ante una multitud atónita.
El Madrid del 36 es la empalizada del fascismo, el grito unánime del “No
pasarán”. El Madrid del 36 es un batallón de peluqueros deteniendo con sus
fusiles en la Casa de Campo a las tropas africanas de Franco. El Madrid del 36
son Robert Capa y Hemingway retransmitiendo al mundo el coraje de un pueblo que
soportó el hambre con estoicismo. Ese Madrid que fuiste, que aún late en tus
entrañas, recorrió el mundo arrojando utopías.
Los
generales consiguieron doblegar tu espíritu tres años después. Durante cuarenta
años sufriste el silencio de las sacristías y la pobreza. La ciudad imperial se
convirtió en un cementerio de vivos. Los emigrantes del campo ensancharon tus
límites, construyendo chabolas en las que malvivir, mientras huían de la
miseria. Llegaron con sus sueños en maletas de cuero, dispuestos a alimentar tu
naciente motor industrial. Como recompensa, transformaste sus lodazales en
barrios asépticos, donde la miseria se encerró tras las puertas de las casas.
Fue
en estas casas donde se criaron los hijos de la Transición, una generación
ideologizada ansiosa de libertad que se dejó arrastrar por las olas de la
droga. Los años 80 te convirtieron en el epicentro de la liberación sexual y de
la fiesta. La Movida madrileña agitó tus miembros adormecidos. De Lavapiés a
Chamberí, de Chueca al Centro, un rumor comenzó a propagarse de boca en boca.
La libertad, la juventud triunfante sacudiéndose los complejos de casi medio
siglo de censura, pintaron tu cara del color marrón de la heroína calentada en cucharas, de las
chaquetas negras de los punkis, del arcoíris homosexual que se deslizaba de
antro en antro. Nunca fuiste más real, Madrid. Nunca la vida crepitó con tanta
intensidad en las mentes de tus habitantes.
Madrid,
hoy eres una ciudad más invadida por el techno y el alcohol, construida de calles donde los hombres se
buscan unos a otros sin encontrarse. Madrid, eres insomnio, psiquiátrico sin
muros, capital del vicio y del desempleo. Madrid, tu pulso late muy débil bajo
el hormigón. Aparta tu cara de cemento. Apaga tus luces para que las estrellas
del cielo puedan iluminar tu verdadera grandeza. El brillo de los sueños de
aquellos que te construyeron será suficiente para guiarnos una y otra vez hasta
ti. Nos vamos, Madrid, pero siempre volvemos, porque eres un “aquí” pronunciado
desde el infinito, un cauce eterno de agua por la que navega el futuro.
Qué bien escribes. Un lujo leerte.
ResponderEliminarTodos tenemos un mechón de Madrid guardado en un bolsillo; los que alguna vez pisamos su asfalto, volvemos a erizar nuestra piel al inhalar su aroma. No importa cuándo ni cómo recales en su reino, pues siempre sientes su hospitalidad cerca del corazón.