Charles Bukowski es, quizás, la figura más controvertida de la literatura norteamericana de la segunda mitad del siglo XX. Considerado por la crítica y gran parte del público como el último escritor maldito, su obra no puede entenderse sin conocer los detalles de una vida plagada de borracheras, prostitutas, hostales de 1$ la noche, empleos alienantes y depresiones. Debajo de su literatura, enmarcada dentro de la corriente del llamado “realismo sucio”, se respira un profundo desencanto. Desencanto hacia la sociedad, el género humano y el futuro. Inadaptado, marginal, inconformista, nunca pudo contemplar el porvenir sin advertir la sombra de la muerte. Una muerte cruel y triunfante, en un mundo de desechos y desheredados.
1. INFANCIA Y
JUVENTUD
Charles Henry
Bukowski nace en 1920 en Andernach (Alemania). Hijo único, se traslada con sus
padres a la edad de tres años a California (Estados Unidos). Su padre, un autoritario
ex combatiente de la Primera Guerra Mundial, educará al pequeño Bukowski con
severidad. Durante esos primeros años, Bukowski se revela ya como un niño
atípico, proclive a pelearse y de temperamento agresivo. Quizás como reacción a
la violencia ejercida por el padre en casa, comienza a beber muy joven, apenas
con trece años.
Su padre, incapaz de
controlar al joven Bukowski, le propinará palizas por cualquier motivo. Esta educación oscurantista y represiva,
unida al escaso afecto mostrado por sus padres, le marcará durante el resto de
su vida. Las palizas cesan a los catorce años, pero no los castigos. Así,
el joven Bukowski debe dormir en el garaje cada vez que llega borracho a casa.
Las humillaciones se suceden hasta que abandona la casa paterna, con dieciocho
años.
Esta primera parte de
su vida dejará una huella imborrable, que se verá reflejada en su obra
literaria. “Mi padre fue un gran maestro en Literatura: me enseñó el
significado del dolor, del dolor sin sentido”. Su vida durante estos primeros
18 años, relatada en “La senda del perdedor”, su novela autobiográfica de
infancia, le dejará sumido en un estado
de infelicidad del que ni el éxito económico ni el aplauso del público
consiguieron sacarle nunca.
Sus primeros
escarceos con la literatura tienen lugar con trece años: “Yo sé exactamente
cuando me convertí en escritor. Fue un día muy doloroso -explica Bukowski- en
el que me senté a escribir sobre un hombre manco que machacaba a la gente por
todo el cielo, pilotando su avión. Este hombre era el Barón Rojo. Pero mi padre
encontró el relato y lo rompió en pedazos”. La mala relación con sus padres y
su acercamiento hacia la literatura se alimentan mutuamente durante estos años.
Aislado socialmente, con un rostro
cubierto por un gravísimo acné que le hacía repulsivo a ojos de las mujeres y
una visión trágica de la vida, Bukowski comienza en la adolescencia su calvario
particular. Con dieciocho años se matricula en Periodismo en la Universidad
de Los Ángeles, estudios que abandonará dos años más tarde: “Fui dos años a la
Universidad, pero no hice nada. Simplemente me tumbaba yo sólo por ahí y, ya
sabes, hacía novillos”. Comenzaba a emerger el outsider, el antihéroe. Con
veintiún años asiste a la entrada en la Segunda Guerra Mundial de Estados
Unidos. Al recibir la orden de reclutamiento, acude a la consulta de un
psiquiatra con el fin de determinar su aptitud para el ejército: “El psiquiatra
me preguntó si creía en esta guerra, a lo que respondíque no. Después, me
preguntó que si quería ir, a lo que dije que sí. Me dijo que yo era un hombre
muy inteligente y quería invitarme a una fiesta que daba en su casa esa noche,
a la que acudirían escritores, abogados y artistas. Le dije que no. Me declaró
no apto”.
Los diez años
siguientes los pasó vagabundeando por los Estados Unidos. De costa a costa, transitó por diferentes trabajos, trabajos a la
americana, de un día o una semana de duración, de empleado de un matadero a
guardián de un burdel. Estados Unidos era en aquel momento la nación del
crecimiento económico sin límite. La economía americana vivía su edad de oro,
pero Bukowski sólo recogió las sobras de un progreso del que pronto fue
apartado. Comenzó entonces a hacerse patente su alcoholismo. Dormía en bancos, asilos
y portales. Siempre borracho o con resaca, se hizo habitual de bares de mala
muerte en los que mataba el tiempo gastándose el sueldo en copas o esperando a
que alguien se apiadara de él y le invitara. Este modo de vida anárquico, de barfly (mosca de bar), forjó al poeta
maldito que pocos años después eclosionaría.
Escribió su primer
relato con veinticuatro años, la misma edad a la que perdió la virginidad con
una prostituta de más de cien kilos de peso. Durante esa época, escribió una
media de cuatro relatos a la semana que enviaba a pequeñas revistas y
editoriales. Todos fueron rechazados. En este punto, Bukowski o Hank, como le conocieron los pocos
amigos con los que contó a lo largo de su vida, hubo de tomar una decisión, la
que le convertiría definitivamente en escritor o le alejaría de la literatura:
“Un día estaba tumbado en la cama y me dije ‘al diablo con ello’. Pero otra voz
en mi interior me decía ‘no lo
abandones. Debes quedarte con una pequeña ascua, una chispa y nunca se la des a
nadie, porque mientras conserves esa chispa podrás encender de nuevo el fuego
más grande’. Así fue hasta que un día, al volver del trabajo, recibí una
carta en la que me decían que aceptaban uno de mis relatos y recuerdo que pensé
‘el fuego que guardé tendrá su oportunidad’”.
A finales de los años
40, vuelve a Los Ángeles. Allí conocerá a su primera pareja, diez años mayor
que él. Tras una relación tormentosa, en la que abundaban las peleas,
reconciliaciones y sobre todo, el alcohol, se separarían al cabo de unos años.
Continuó su particular vagabundeo hasta que, en 1955, a los treinta y cinco
años, le es detectada una úlcera que está a
punto de acabar con su vida. “El médico me dijo que si tomaba una copa más,
estaría muerto. Me daban por muerto, y aquí estoy. Sentí como si tuviera una
vida gratis, una vida extra que vivir”.
2. LOS ÁNGELES 1950-1960
En 1952 encuentra
trabajo en una oficina de correos. Un trabajo alienante como los otros, pero
estable, que un Bukowski con una salud mermada necesitaba urgentemente y que
reflejará en su primera novela Cartero (1971). Su desapego hacia normas,
horarios y órdenes se manifestó con rapidez. Su jefe le encargaba los peores
trabajos, consciente de su carácter anárquico, con el objetivo de tenerle
controlado. Allí permanecerá hasta 1955, año de su hospitalización. Tras su salida del hospital comienza a
escribir poesía, una poesía desengañada, visceral. “Escribía cientos de
poemas y los enviaba. La poesía está mal pagada, pero necesitaba escribirla.
Creo que necesitaba gritar un poco, en estilo propio”. Nace el poeta, de una
prolijidad asombrosa. Casi mayoritariamente
compuestos en verso libre y gracias a su formación como prosista, sus poemas
eran más bien relatos cortos en verso. Contundentes, directos, como un
golpe de boxeo (deporte al que era muy aficionado), las palabras de sus poemas
se abrían para dejar salir un mensaje crudo y descarnado.
En 1957 se casa con
la escritora Barbara Frye, de la que se divorciaría dos años más tarde y que
morirá debido a su alcoholismo poco después. Tras este parón de dos años,
retoma la bebida y las trifulcas, pero también su producción poética. Orgulloso de haber escrito su primer poema
a los treinta y cinco años, en 1959 era conocido como “el Rey de las Pequeñas
Revistas”. Mandaba cientos de poemas, de los cuales sólo eran publicados
una pequeña cantidad. Ese mismo año, vuelve a la oficina de correos, de la que
se marchó unos años atrás, y en la que permanecerá hasta 1969. Los años 60
fueron años de luces y sombras en la vida de Bukowski. Desengañado de la
literatura, desconfía del circuito comercial para hacer llegar al gran público
su poesía. Se encierra en sí mismo,
actitud que acrecienta su visión trágica de una sociedad que, incapaz de
tragarle, le escupe con desprecio.
Trabajará en la
oficina de correos durante casi diez años, en el turno de noche, distribuyendo
las cartas a entregar por la mañana en casilleros. Sin embargo, pese a sus
profundas depresiones y a su empleo nocturno, continúa escribiendo sin tregua.
En esta época escribirá algunos de sus mejores libros de poemas: Arder en el agua, ahogarse en el fuego.
Poemas escogidos 1955-1973 (1974), El
genio de la multitud (1966) y En la
calle del terror y el camino de la agonía (1968), publicados en la
editorial Black Sparrow Press y otras pequeñas editoriales. Serán estas
recopilaciones de poemas las que le crearán un nombre en el mundo underground
de la literatura angelina.
De esta manera,
comienza a dar recitales en pequeñas librerías, a los que acudía
indefectiblemente borracho. Los rumores
sobre un escritor alcohólico e irreverente, que insulta al público y lee sus
poemas entre hipos y pausas para vomitar, empiezan a correr por los círculos
literarios de Los Ángeles. ¿Quién es ese Bukowski? El poeta emergente, que
consigue cierto reconocimiento a los 48 años de edad, no se relaciona con otros
escritores. No pertenece a ninguna generación literaria. Vive apartado del
mundo, en barrios obreros habitados por un subproletariado al que Bukowski
perteneció durante gran parte de su vida, al tiempo que cultivaba sus
esperanzas de llegar a ser escritor. Desde
estos arrabales modernos comienza a proyectarse su luz. El mito del “outkast”, del
“loser”, del poeta maldito, no había hecho más que empezar.
4. LOS AÑOS DEL ÉXITO: 1970-1980
Escritos de un viejo
indecente, columna semanal que Bukowski publicará entre 1967 y 1969 en el
periódico independiente de Los Ángeles “Open City”, será el punto de partida de
su carrera como escritor profesional. Escrita
en clave satírica, su humor caustico y su lenguaje directo le procurará una
considerable cantidad de seguidores. Pronto, su nombre comienza a sonar con
fuerza más allá de los circuitos underground. Empieza a ser requerido en
recitales de poesía. En el primero de estos “readings”, en el Teatro City
Lights de Los Ángeles, un Bukowski ya instalado en una fama relativa, ofrece un recital para más de 800 personas.
La poesía volvía como fenómeno de masas, con fuerza. El público aúlla con
sus poemas; le jalean y abarrotan cada uno de los recitales que da a lo largo y ancho del país. Son los años del
éxito, no tanto económico, en esta primera etapa, como social.
En 1968, John Martin,
editor creador de la editorial Black Sparrow Press hace una apuesta decidida
por él. Su primer encuentro, que años después el editor resumirá con la frase
“el señor Rolls conoce al señor Royce”, significará el inicio de la
profesionalización de Bukowski. En 1969, la City Lights Books, editorial
propiedad de Ferlinghetti que contaba entre sus filas con nombres como el de
Allen Ginsberg, publica una selección de artículos aparecidos en la columna del
“Open City” de Bukowski. Este libro, que mantendrá el título de la columna (Escritos de un viejo indecente), pasará
desapercibido entre el gran público y será despreciado por la crítica. La puntuación artificiosa de Bukowski en
este libro, con reminiscencias de las vanguardias de los años 20, y la falsa
ingenuidad de sus artículos disgustaron a público y crítica, pero en esta primera
publicación pueden verse algunas de las cualidades que más adelante convertirían
a Bukowski en un maestro de estilo: un uso atrevido del lenguaje, un humor
cáustico y provocativo y una candidez y desesperación infinitas.
A comienzos de 1971, publicará Cartero,
su primera novela, en la que su álter ego, Henry Chinaski, narra sus aventuras como
cartero (y sus peripecias personales) durante
los doce años que trabajó en el servicio postal americano. Ya en esta primera
novela puede verse a un Bukowski cómico, cínico y despiadadamente autoirónico. Su estilo, cultivado en la columna semanal
del “Open City”, comienza a definirse en esta novela: inserto en el molde
hemingwayano, con frases cortas y contundentes, casi telegráficas, la escritura
de Bukowski adquiere la consistencia y la agilidad de los clásicos. En los
años siguientes, verán la luz otras novelas como
Factótum y Mujeres y compilaciones de relatos como Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones, La máquina de follar y Se busca
una mujer. Será Erecciones,
eyaculaciones, exhibiciones el libro que le proporcione fama en el mundo
literario norteamericano y europeo. El realismo
sucio, corriente literaria nacida en esta misma década, irrumpe con fuerza en
un contexto global de convulsión y cambio.
Los “readings” de
poesía en los que se requiere la presencia de Bukowski se multiplican, al igual
que su fama y las cifras de su cuenta corriente. Este éxito tardío, sin
embargo, no conseguirá cambiar su actitud, su modo de vida ni su turbulento
mundo interior. Continuó habitando
barrios de clase media-baja, con callejones oscuros,
cuyo “olor y humedad se introducían hasta el tuétano de los huesos”, bebiendo
hasta el vómito y con su misantropía intacta (“la Humanidad no deja de tocarme
los cojones”). Su producción poética se incrementa, despuntando en esta
década el Bukowski nihilista. La poesía de estos años muestra una visión
estilizada de su vida que es, a su vez, –al igual que sucede con los grandes
testigos de su tiempo- una visión del mundo.
5. ESTILO E
INFLUENCIAS
A menudo comparado
con los integrantes de la Generación Beat, la
literatura de Bukowski no puede compararse a la de ninguna corriente. Alejado
del mundo literario, no perteneció a ningún grupo definido. Su escritura, tan salvaje como su vida,
bebía de una personalísima forma de entender el mundo. Las comparaciones
formales o temáticas con Kerouac o Ginsberg no resisten un análisis pormenorizado
de sus supuestas similitudes. En su obra, los paisajes apenas tienen cabida en
pro de un individuo casi siempre pisoteado por una fuerza superior. Bukowski utiliza su vida como espéculo para
introducirse en las mentiras e hipocresías de una sociedad opulenta y cruel,
pero oculta bajo la máscara de la democracia y la libertad. Su prosa,
incisiva y ágil, huye de cualquier exceso retórico. No hay adornos en Bukowski.
A su entender, “el poeta debe decir lo que realmente quiere decir”. Mientras que los Beats juegan con el
lenguaje y realizan piruetas verbales apostando por el equilibrio entre la
destructividad de una existencia vivida al límite, el impulso de una explosiva
energía vital, la desesperanza y el entusiasmo ante la belleza del mundo,
Bukowski se centra en los desharrapados y en los antihéroes, utilizando un
lenguaje desprovisto de adjetivos, minimalista y preciso. La fuerza de su
discurso está en el contexto, en los personajes, esbozados apenas como
arquetipos de una realidad dramática, donde sin embargo hay un hilo de esperanza
que mantiene su vínculo con el mundo.
Su estilo de vida anárquico, su forma de beber y su
visión del mundo están más próximos a los integrantes de la Generación Perdida
(Hemingway, Faulkner, Dos Passos), que a los Beats. Habla del alcohol
como un “intermedio entre dos momentos sin esperanza, un truco para evadirse,
algo que puedes utilizar para subir al cielo cuando te encuentras bajo
presión”. Bebe y habla del alcohol de la misma manera que los escritores
malditos europeos. Tampoco resiste la
comparación con Henry Miller, que si bien muestra un estilo de escritura
rápido, audaz y ágil, parece tener únicamente en común con la literatura de
Bukowski las descripciones sexuales descarnadas y mundanas.
Miller muestra una
preocupación por la evolución de la sociedad, movido por la intención de distinguirse de la
masa, así como un amor por el cuerpo humano que va desde el triunfo del sexo
hasta la tragedia de la enfermedad. En Bukowski no podemos encontrar algo semejante.
El sexo en Bukowski es algo tragicómico, una lucha que poco o nada tiene de
espiritual. El sexo en Bukowski es siempre el escenario en el que se reflejan
los instintos más bajos del ser humano.
Ya en vida, Bukowski sólo reconoció la influencia de dos
escritores: John Fante y Céline. El primero, un escritor neorrealista
italoamericano, desconocido para el gran público, del que Bukowski había leído
varias novelas en los años 50. Su estilo conciso y su utilización de un humor
corrosivo daban cabida a la expresión de emociones intensas que Bukowski supo
interiorizar. En cuanto al segundo, su escritura rápida, discursiva, a menudo
coloquial y enfática, y sobre todo, la personalidad ambigua de Céline, alejado
de todo y todos, indefinido políticamente, influyeron fuertemente en él. En
menor medida, Artaud, con su potente mundo imaginativo, también puede ser
contado entre las escasas influencias de Bukowski.
Influencias al
margen, lo cierto es que Bukowski es un escritor absolutamente original. Definir sus características, su modo de
escribir a través de imágenes de la vida cotidiana, es también definir una
forma de vivir, un estilo de vida que hace emerger al Hombre a través de su
Literatura, le enfrenta con la masa y le aleja del potente cauce del mainstream.
6. ÚLTIMOS AÑOS
Con sesenta años,
Bukowski ya es un escritor consolidado y goza de un éxito, más en Europa que en
Norteamérica, que le permite vivir con holgura. No cambia de estilo de vida, pero sí de hábitos: abandona el alcohol
barato por vino de buena calidad, propone matrimonio a Linda (que será su
pareja hasta su muerte), y reduce al mínimo su asistencia a fiestas. En la
década de los 80 y 90 publica sus últimas novelas, La senda del perdedor, Hollywood
y Pulp, esta última de manera
póstuma. En esta última etapa, su
escritura vira hacia lo trascendental. Con una salud menguante, sus poemas y
relatos se llenan de referencias a la muerte. Su obsesión por la muerte, que le
había acompañado durante toda su vida, se agudiza en estos últimos años. Su
carácter, por el contrario, continúa siendo el mismo. Bravucón y agresivo, son
frecuentes sus salidas de tono, llegando incluso a insultar a Schwarzenegger en
una fiesta en la que ambos se encontraron para celebrar el éxito de la película
Barfly, dirigida por Barbet Schroeder
y protagonizado por Mickey Rourke, que trata la vida de Bukowski y su relación
con el alcohol, las mujeres y la literatura. Convertido ya en un “showman”, se
cuentan por decenas los programas de televisión que intentan entrevistarle,
pero él mantiene siempre una distancia prudente con los medios. Su espíritu combativo e irreverente le
lleva a ser expulsado de un programa de televisión en Francia en el que,
totalmente ebrio, insulta a los contertulios.
Lentamente, su
vitalidad se esfuma. A comienzos de los 90, se le detecta leucemia, enfermedad
que le llevará a estar hospitalizado durante sesenta y cuatro días. Tras dejar
el hospital, abandona la bebida y el tabaco, asombrándose de poder escribir sin
estar embriagado. Sin embargo, ya es demasiado tarde. En 1993, los médicos le
dan sólo un año más de vida. “La muerte se está fumando mis cigarrillos”, dirá
en una de sus últimas entrevistas. Y así fue. Su último cigarrillo se lo fumó una neumonía que puso fin a su vida en
1994. Tenía setenta y cuatro años. Su cadáver, vestido de manera informal, fue
escoltado hasta el cementerio por un cortejo de monjes budistas. En su lápida
puede leerse la inscripción “Don’t try”, con la figura de un boxeador. Irónico último mensaje de un hombre que lo
intentó siempre, que consiguió convertir en poema a una ciudad sitiada por el
vacío, que nació para robar rosas de las avenidas de la muerte y transformó los
vertederos en el epicentro de su poesía. Sus mil poemas, trescientos relatos y
seis novelas brillan entre el cemento del mundo moderno, mezclando la desesperación
y la esperanza, devolviéndole al hombre aniquilado por la industrialización la
dignidad necesaria para seguir luchando.
JAVIER NIX CALDERÓN
2 comentarios:
Este texto es la puta poya makasino
excelente !!!
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