5 de Septiembre de 1936,
Cerro Muriano, provincia de Córdoba. Robert Capa llega hasta esta localidad
para retratar la que se perfilaba como la primera victoria republicana en una
guerra marcada por el imparable avance de las columnas franquistas.
El ejército republicano había iniciado una ofensiva en la
segunda mitad de agosto para recuperar Córdoba. Milicianos y soldados regulares
republicanos se mezclaban en las trincheras bajo el sol implacable del verano
andaluz. Ese día, la historia había reservado a Capa un nombre entre
sus páginas. Movido por un compromiso moral hacia los anarcosindicalistas
de la CNT, se acercó hasta las trincheras que ocupaban en las afueras del
pueblo. Nunca ocultó su simpatía hacia su causa. Le recibieron con cordialidad
y afecto. La moral era alta: las fotografías que Robert Capa tomó esa
mañana reflejan rostros sonrientes, puños alzados y armas en ristre. Poco
más tarde, comienza la ofensiva y Capa decide acompañarlos. Los milicianos
avanzan campo a través sorteando los pequeños barrancos que salpican el
terreno. En un momento del ataque, las líneas nacionales responden desde sus
trincheras. Instintivamente, el fotógrafo, que se encuentra a cubierto
tumbado en el suelo, mira hacia atrás y dispara su Leica 35mm, retratando el
momento exacto de la muerte de Federico Borrell García, militante de la CNT. No
lo sabía, pero acababa de hacer la mejor fotografía de la guerra civil española.
Durante los tres años siguientes, realizaría muchas más en los diferentes
escenarios de la contienda, convirtiéndose en el fotógrafo más célebre de la
tragedia que serviría de laboratorio a las ambiciones bélicas de nazis y
fascistas italianos.
La controversia en torno
a si la fotografía del miliciano abatido en Cerro Muriano es auténtica o falsa
no afecta a su profundo significado. La figura del miliciano cayendo a
tierra representa a los incontables combatientes que perdieron la vida en un
conflicto, donde se luchó con ferocidad para preservar la democracia, poner en
marcha una revolución o implantar una dictadura fascista. Federico Borrell,
el miliciano anarquista abatido por las balas, ejemplifica la fragilidad de la vida humana.
André Friedman,
verdadero nombre de Robert Capa, nació en Budapest en 1913 en el seno de una
familia acomodada. Desde muy joven, mostró interés por el arte y la política.
En seguida se implicará en los diversos movimientos sociales y artísticos. En
esas fechas, Budapest es un auténtico hervidero de creatividad. Su
oposición a la legislación antisemita y protofascista del régimen del Mariscal
Horthy no le dejará otra alternativa que el exilio. Se establecerá en
Berlín para estudiar Periodismo, profesión que le permitirá aunar sus dos
grandes pasiones: la literatura y la política. Allí entra en contacto con
miembros revisionistas del Partido Comunista Alemán, que influirán notablemente
en el joven André.
La Depresión económica
mundial afectó seriamente al negocio de sus padres. Se vio obligado a abandonar
sus estudios universitarios y comenzó a buscar trabajo. Consigue un puesto de
ayudante en la agencia de fotografía Dephot, donde se inicia como fotógrafo
cubriendo diversos acontecimientos relacionados con la política. En 1933,
debido al ascenso del nazismo en Alemania, se traslada a París, donde conocerá
a Gerda Taro. Taro sería su compañera sentimental hasta su
trágica muerte en 1937. Hija de judíos polacos y militante socialistas,
Gerda Taro también desempeñaría un papel esencial como corresponsal en la
guerra civil española. André le enseñará la técnica fotográfica, pero Gerda no
tardará en desarrollar un estilo propio. Al parecer, el nombre de Robert Capa
surge de un alarde de ingenio. La pareja se inventa a un presunto
fotógrafo norteamericano al que representan para vender sus reportajes.
Supuestamente es una figura de enorme prestigio en los Estados Unidos. Las
agencias y los periódicos creen la historia y compran sus fotografías. André
Friedman se convierte en Robert Capa. Ya no cambiará de nombre.
Hasta 1936, Capa viaja
por el continente europeo fotografiando, entre otros acontecimientos, el
desfile conmemorativo del cuarto aniversario de la República Española. Comienza
entonces el idilio entre España y Robert Capa. La fascinación que sintió
por este país será la que le lleve a viajar, junto con Taro, a Barcelona tan
solo dos semanas después del inicio de la contienda. Una vez allí, acude al frente
de Aragón, pero ante la escasa actividad bélica deciden desplazarse a Córdoba,
donde el Gobierno republicano había comenzado una ofensiva para recuperar la
ciudad. Será allí donde realice la fotografía que le dé la fama: Muerte
de un miliciano. En noviembre, viaja a Madrid para retratar la
resistencia republicana frente al avance de las columnas nacionales.Madrid
constituirá el auténtico bautismo de fuego de Capa. Las imágenes que tomó
del asedio de la capital son un documento de incalculable valor histórico, que
reflejan la transformación de los civiles en combatientes. Gracias a su
inquebrantable determinación, Madrid resiste tres años con el enemigo a las puertas.
Allí conocería a John Dos Passos y a Hemingway, que utiliza sus fotografías de
la ofensiva republicana de La Granja para escribir Por quién doblan las
campanas.
Durante las semanas que
duró su estancia en Madrid, Capa logró reflejar mejor que nadie el sufrimiento
de una población asediada. La grandeza de Capa residía en su talento
para captar el horror de un rostro entre unas ruinas, el desamparo de unos
niños sentados frente una pared agujereada por la metralla. Las
imágenes de la destrucción de Madrid dieron la vuelta al mundo, concienciando a
la opinión pública internacional de la necesidad de no cerrar los ojos ante el
drama español. Fue en la capital donde la cámara de Capa se convirtió en una
poderosa arma bélica. Su fotorreportaje para la revista Regards, La
capital crucificada, supuso su consagración como fotógrafo de guerra.
Ante la inminente caída
de Bilbao, en mayo de 1937, Capa y Taro deciden viajar hasta allí para cubrir
la batalla. En Bilbao, Capa realizará otras de sus grandes fotografías.
Durante un ataque de la aviación franquista, Capa se encuentra en la calle
tomando instantáneas. Aterrorizada, la población se precipita hacia los
refugios antiaéreos. Una niña corre con su madre, sin prestar atención al
fotógrafo. La niña se ha abrochado mal el abrigo, presa del pánico. La madre
mira al cielo atemorizada, mientras sujeta firmemente la mano de su hija. Capa
poseía esa habilidad especial para captar la crudeza de una guerra en los
detalles más ínfimos. Un abrigo mal abrochado, el miedo en un rostro, una mano
crispada por el temor.
En julio de ese mismo
año, Gerda Taro se halla en Brunete, a las afueras de Madrid, cubriendo la
ofensiva republicana. En una retirada desorganizada de las filas republicanas,
Taro se sube al estribo del coche de un general. Un tanque fuera de control arrolla
el coche, aplastándola. Morirá al día siguiente, víctima de las heridas. Al enterarse de la
noticia, Capa, que está en París, se queda desconsolado. Después de la
tragedia, incapaz de afrontar su regreso a España, planea un viaje a China para
documentar la resistencia frente a la invasión japonesa. Antes de marcharse,
decide cubrir la batalla de Teruel, primera y única capital de provincia
conquistada por los republicanos en la guerra.
Capa pasa los nueve
primeros meses de 1938 en China. Cuando regresa a España en octubre
llega a tiempo de fotografiar el acto de despedida de las Brigadas
Internacionales en el castillo de Montjuic de Barcelona. Fotografía el
último desfile de los brigadistas, centrándose en los rostros endurecidos de
los soldados. Los semblantes abatidos de los brigadistas, sus ojos llorosos,
evidencian y anticipan la derrota de la República. Aquel 25 de octubre, las
Brigadas entonan por última vez la Internacional en tierra española.
A la República aún le
quedaba energía para otra ofensiva, que será la última. La batalla del Ebro
comienza en noviembre de 1938 con el objetivo de evitar el aislamiento de
Cataluña del resto del territorio republicano. Capa, junto con Hemingway,
cruzan el río Ebro en un pequeño bote para pasar un día con el general Líster y
su Quinto Regimiento. Dos días después, Capa se dirige a cubrir el punto más
caliente de la ofensiva republicana, en el oeste. La serie de
fotografías que Capa realiza esos días constituyen un estremecedor documento
gráfico del combate en primera línea. Casi puede percibirse el olor acre de la
tierra y el polvo levantados por el efecto del bombardeo. Nadie antes había
captado el momento exacto de la explosión de las bombas. Nadie antes había
conseguido combinar conceptos y emociones en fotografías que trascendían el
mero reportaje. Capa captó el miedo, la angustia, el valor, la poesía, lo
incierto.
Más tarde, Capa cubrirá
la retirada republicana desde Cataluña hasta Francia. Su Leica recogerá
el drama humano de los caminos atestados de refugiados, las condiciones
inhumanas de los campos franceses, la desesperación de los rostros atezados por
el hambre, el cansancio y la falta de higiene. Soldados y civiles se
entremezclan en la arena de la playa de Argèles-Sur-Mer. Muchos morirán a causa
de las enfermedades y la malnutrición.
En la frontera francesa,
la historia de Capa con España se desliga. Comienza una nueva etapa, donde
vivirá en primera persona alguna de las batallas más importantes de la Segunda
Guerra Mundial. Desembarcó en Normandía junto a los aliados, tomando
tres carretes de fotografías, pero dos de ellos quedaron inservibles y sólo
pudieron rescatarse seis imágenes. Capa también estará presente en la
guerra árabe-israelí de 1948. Está a punto de morir mientras fotografía los
combates en Jerusalén.
En 1954, se dirige con
otros compañeros de la recién fundada agencia Magnum a Vietnam. Su objetivo es
tomar imágenes del conflicto de Indochina, donde Francia intenta conservar la
colonia, frente a la guerrilla del Vietminh (Liga para la Independencia de Vietnam).
Un día decide acompañar a una expedición militar francesa, que se dirige al
norte para entablar combates con las guerrillas de Ho Chi Minh. Durante la marcha, se detiene un momento para sacar fotografías de los soldados
avanzando con el sol de frente . Pisa una mina y la explosión le alcanza de
lleno. Las heridas le causan la muerte. No es un fin a la altura de su carrera. Después
de sobrevivir a la batalla del Ebro y el desembarco de Normandía, pierde la
vida en un lugar apenas transitado de la selva vietnamita.
La Historia tiene una
deuda con Robert Capa. Nos ha dejado un testimonio gráfico imprescindible,
donde se muestra con poesía y crudeza el sufrimiento que causaron las
principales guerras del siglo XX. Su obra es el último parapeto entre el hombre
y el vacío. Cincuenta años más tarde, Miguel Gil, corresponsal de guerra
en Sarajevo, Sierra Leona y Chechenia, escribiría en su diario: “Cada dolor
es único e irrepetible. Por las más sobrenaturales razones.” Estas palabras
reproducen el espíritu de Robert Capa, que despreció el riesgo para estar en el
escenario de los grandes dramas de su tiempo. Capa estableció un
imperativo categórico para las futuras generaciones de fotógrafos: “Si tus
fotos no son lo suficientemente buenas es porque no estabas suficientemente
cerca”. Siempre se acercó demasiado: la realidad acontece siempre más allá de la cámara, y él siempre buscó lo real, lo cierto. Fotógrafo de primera línea de los grandes conflictos bélicos de su tiempo, Robert Capa convirtió su cámara en un fusil con el que defender la democracia y la libertad. La verdad necesita
testigos, pero a veces se cobra vidas, que nos iluminan a todos, revelándonos
el dolor ajeno.
JAVIER NIX CALDERÓN
1 comentario:
" La grandeza de Capa residía en su talento para captar el horror de un rostro entre unas ruinas, el desamparo de unos niños sentados frente una pared agujereada por la metralla....."
Magnífico artículo.
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