Foto de José Antonio Rojo www.rojofoto.es
Ambos nos enamoramos de la misma luz y del mismo grito. Compartimos esa pasión que pocos entienden y muchos desprecian por darle un poco de color a las mejillas de esta Babilonia que llamamos Madrid. Vivimos épocas diferentes: tú La Movida, sorteando charcos de vómito, huyendo de la Parca que esgrimía una cuchara quemada de heroína y una jeringuilla; yo los años de la locura del progreso económico, buscando el rostro auténtico de Madrid tras las luces de neón y bajo el asfalto donde han muerto los sueños de toda una generación. Ambos sentimos la misma ambivalencia hacia una ciudad viva y muerta a la vez, cosmopolita y provinciana, burguesa y obrera, falsa y cierta. Ambos buscamos la luz desde el extrarradio de Madrid, donde el corazón del tiempo late más despacio. Ambos, estoy seguro, observamos las luces de Madrid ardiendo en la noche, asustados ante la misma enormidad. Miramos a los ojos a los mismos fantasmas, a los mismos cinco millones de muertos. Y para no morir viviendo como ellos, nos dirigimos a las paredes para escribir sobre ellas soñando con la eternidad.
Nos escapamos del sistema por la misma
hendidura. En tu caso, Madrid despertaba de un letargo de cuarenta años. Aquel
Madrid que te vio nacer era un papel en blanco deseoso de ser escrito. El
Madrid que yo habité era, sin embargo, una hoja llena de mentiras y promesas
incumplidas. Tú escribiste tu propia historia, con flechas que apuntaban hacia
un horizonte esquivo. Esas flechas se clavaron en una ciudad que te amó y te
odió con la misma intensidad. Esas flechas, todos lo vimos, dibujaron con su
vuelo el graffiti más salvaje de Europa. Caminaste por el lado indómito y
poético de la vida y te enfrentaste a los lobos de uniforme armado solamente con un rotulador y
un spray. Les venciste, Muelle, cosa que no logramos hacer ninguno de nosotros.
Les venciste tanto que acabaron pidiéndote autógrafos. Tu nombre de guerra se
convirtió en leyenda. Fuiste el Muelle, el artista anónimo que perseguía la
gloria a lomos de un Vespino, creador del estilo autóctono de Madrid. Tus
hazañas llamaron la atención de un país encerrado en sí mismo, que tú
despertaste gritando desde los muros de toda la ciudad. En tu grito, una
palabra resonaba con fuerza: libertad.
Cuando era un niño, observaba
alucinado aquella explosión de colores que sacudió los cimientos de Madrid. El paisaje
urbano cambió. El gris ya nunca sería el color que definiría nuestras vidas. En
su lugar, apareció un arcoíris de platas, amarillos, rojos y verdes. Tus letras
y las de los que como tú se lanzaron a aquella carrera desenfrenada por estar
en todas partes, se introdujeron en mi cerebro. Un mundo nuevo se abrió para
mí. Yo era sólo un niño, pero entendí que la dirección de tus flechas apuntaba
hacia un horizonte de seres humanos que no quieren ser números. Yo quería ser
algo más que un nombre y, como tú, caminé por las calles de noche para sentir
que estoy vivo. A través del nombre que elegí nació el hombre que soy.
El sistema quiso comprar tu nombre con
monedas de plata. Hubo empresas que te ofrecieron cinco millones de pesetas por
comprar tu alma, pero fuiste el creador de tu propio destino y permaneciste
fiel a ti mismo. Otras te plagiaron para aprovechar la fuerza de un movimiento
que nadie entendía, pero que apareció en las calles con la fuerza de un ciclón.
Con todos te enfrentaste, sin rendirte nunca. Ese amor por el graffiti germinó
bajo el asfalto y hoy es un árbol de ramas infinitas que ninguna ley podará
jamás.
Nos dejaste con apenas 29 años. La
enfermedad acabó con la vida de un hombre que venció a toda una ciudad. Esa
ciudad que te persiguió, que te atacó desde todos los flancos, que intentó
volver tus flechas contra ti para herir tu alma, hoy te rinde el homenaje que
mereces. Algunos de tus graffitis perviven entre nosotros y la Muerte se aleja
asustada de tu nombre, consciente de que tu recuerdo jamás será borrado. Nos
quedan esos graffitis y aquella foto tuya en los tejados de Gran Vía, extendiendo
la mano con tu nombre escrito sobre Madrid, mientras el río de la vida fluye
abajo, ajeno a sí mismo. En aquella imagen yo veo a un hombre que es más que un
hombre, que es más que un símbolo, que es más que veintinueve años de
existencia, que es más que Muelle. En aquella imagen yo veo el GRAFFITI con mayúsculas,
proyectando el color sobre el mundo.
Querido Muelle, hoy somos miles los
que tomamos tu testigo. Tus flechas nos marcan el camino de un avance permanente
por los márgenes de la ciudad. La Muerte no es nada, Muelle. Los muros que
llevan tu nombre celebran tu existencia, una existencia corta en el tiempo,
pero eterna en el arte.
Muelle (Juan Carlos Argüello), in
memoriam.
JAVIER NIX CALDERÓN
5 comentarios:
Increible, buenisimo.
Guuuuaaaauuuu !!!!!!!!!!! Maravilloso. Una madrileña de 44 años nostálgica de aquel Madrid...
Olga.
El texto me has tocado todo me has revuelto las entrañas ,yo que he vivo en una ciudad dormitorio de Madrid sabemos lo que fueron los ochenta y los noventa el cementerio de muchas cosas sobre todo de la ética y de un pueblo que parecía honrado pero de nota su falta de incultura aunque tenga más titulados por metro cuadrado que nunca .En cuanto a las firma de ahora que cuestan un 1000.000 de euros en limpiarlas por ejemplo en Alcorcón ,no tiene nada que ver con muelle ,muelle era un poeta,un romántico ,un ser que quería expresar sus dudas,sus temores de una ciudad que crecía pero veía que no tenia alma,no le gustaba lo que venia se adelanto a su tiempo como todos los grandes.
Que recuerdos!!!! desde luego muy cierto y bonito lo que dices ... todos recordaran a Muelle. RIP.
Precioso. Qué tiempos y que recuerdos!!! que nostalgia de aquel tiempo!!!! RIP.
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