Soy el
único superviviente de la Zona Cero. Soy
un peral. Resistí a toneladas de cemento y acero cayendo sobre mí aquel 11 de
septiembre de 2001. Fui testigo de primera línea del atentado terrorista más
sangriento en la historia de la Humanidad. Estuve enterrado más de un mes entre
los escombros del World Trade Center. Esta es mi historia.
Cuentan
que aquella mañana de septiembre dos aviones se estrellaron contra las dos
torres que se alzaban imponentes a ambos lados de la plaza en la que vivo. Eran
las Torres Gemelas, el símbolo del poder económico de los Estados Unidos. Ahora
la plaza es un espacio casi desnudo, en el que se construyó un monumento a la
memoria de las casi tres mil personas que perdieron la vida aquel día. La llamaron
Zona Cero. Cuentan que el mundo cambió tras aquel 11 de septiembre, que el
Imperio más importante de los últimos cien años recibió una bofetada en pleno
rostro que no esperaba, pero yo sólo sentí el humo cubriendo el cielo de
Manhattan. Tras el primer impacto, una multitud atónita se congregó en los
alrededores, observando la Torre Sur ardiendo. El estupor pronto dio paso al
pánico. Una lluvia de papeles caía sobre mí, colándose entre mis hojas, que
amarilleaban por la cercanía del otoño. Las sirenas de las ambulancias y los
coches de bomberos inundaron la plaza mientras la multitud retrocedía asustada.
Algunos minutos después, otro avión se estrelló contra la Torre Norte. Una bola
de fuego se alzó sobre una ciudad de Nueva York que gritaba aterrorizada.
La atmósfera
era irrespirable. Comenzaron a caer las primeras personas de los pisos superiores
de las torres. Se lanzaban al vacío, acosadas por el fuego y el humo. Pude
sentir el impacto de sus cuerpos contra el suelo y los gritos de los que
contemplaban su vuelo mortal. El mundo se desmoronaba a mi alrededor mientras
todos huían. Sólo los bomberos subían a los rascacielos intentando salvar a los
que estaban atrapados. La primera torre colapsó y se vino abajo. La Historia
devoró a los que no pudieron salir. Una nube de escombros, polvo y humo me
enterró. La Tierra, mi madre, se quedó a oscuras para mí. El sol dejó de
acariciarme con sus rayos. Poco después, la segunda torre cayó como un castillo
de naipes abrasado. Manhattan enmudeció. No pude sentir más.
Permanecí
mucho tiempo enterrado entre los escombros del orgullo económico de América. Sin
embargo, aún había vida en mí. Mis raíces bombeaban el flujo vital de la salvia
hacia mis ramas maltrechas. Quedé destrozado, apenas con un hálito de vida,
pero resistí. Me desenterraron un mes después. Las caras de los que me
encontraron dibujaron una mueca de incredulidad al comprobar que seguía con
vida. Algunos lloraron. Sus lágrimas fueron el primer líquido que mojó la
tierra sobre la que me levanto. Me convertí en un símbolo para unos hombres
hambrientos de esperanza, pero sólo soy un árbol. Me trasladaron a otra zona en
la que me curé de mis heridas y crecí hasta recuperar el esplendor de otros
tiempos. Los neoyorkinos me visitaban. Me convertí en objeto de culto para un
país herido en su orgullo imperial. Colgaron banderas sobre mis ramas, entonaron
himnos ante mí, rezaron abrazados a mi tronco. Fui el primer árbol de América, el
icono de su lucha, el último superviviente del 11 de septiembre. Ahora
pertenezco al Memorial del World Trade Center.
Pero no soy el
símbolo del poder americano. En todo caso soy el símbolo del planeta Tierra,
que se resiste a claudicar ante el empeño del ser humano por destruir a sus
semejantes. Soy el símbolo del sol, del agua, de la tierra, del oxígeno. Soy el
símbolo de la Naturaleza, de los elementos, del futuro. Soy un superviviente del
caos, del humo y del acero cayendo sobre los hombres. Soy el árbol de
Hiroshima, que sobrevivió a la bomba atómica. Soy un bosque en Chernóbil, creciendo
fuerte tras la explosión del reactor nuclear. Soy un mensaje de la Madre Tierra
a los seres humanos que les explica que la Vida siempre triunfa. Soy la
esperanza, vuestra esperanza. La eterna promesa del renacer. Soy todos los
hombres que luchan por la paz. Soy el último superviviente del odio. Soy un
árbol. Soy la Vida venciendo a la Muerte.
JAVIER
NIX CALDERÓN
1La naturaleza siempre gana. De la humana, no digo nada. Es una nermosura que anima el día. Un beso, Rafael
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