Hay una mujer parada en la calle frente
al escaparate de una peluquería. Se acaricia el cabello, largo y negro,
mientras observa su reflejo en el cristal. Tiene los párpados hundidos y la
piel morena y se mira despacio, como estudiando su rostro. Está vestida con unas
mallas grises y una camiseta rosa que le deja al descubierto los hombros. A su
alrededor, la gente va y viene. La mujer se toca el cabello una última vez
mientras se dirige a la puerta de la peluquería. Y entra. Y se sienta en un
sillón. Y tras el cristal la sigo observando, ahora sentada frente al espejo,
cubierta por una tela blanca. Le dice unas palabras a la peluquera, y ésta sonríe,
y le pasa la mano por la cabeza con dulzura, como una madre consolando a su
hija. Y alza las tijeras y con la mano libre, mide su cabello. Y le corta más
de la mitad. Y en ese momento, la mujer deja caer dos lágrimas, que dibujan un
sendero húmedo por la piel de sus mejillas. Y la peluquera sigue su trabajo,
igualando el corte, recogiendo el pelo que cae y colocándolo sobre una mesa a
su lado. Y la mujer sigue llorando, en silencio, mientras observa como la
peluquera le da su forma a su ahora media melena. Y nadie más parece darse
cuenta de su drama, ni siquiera la peluquera, que sigue con su labor, ajena a
su llanto. Y cuando termina, coloca una cinta blanca alrededor del cabello
recién cortado y lo cuelga de la pared, bajo un cártel en el que pone “cabello
negro, 100 reales x 50 cm”. Y cuando se levanta, la mujer abre la mano y la peluquera deposita en ella un billete de cincuenta.
La mujer sale de la peluquería, con el
pelo corto y la cara húmeda por las lágrimas y se va hacia la estación de Guadalupe.
Y en sus ojos está escrita la vergüenza de ser pobre. Y otra mujer, que
esperaba en la peluquería haciéndose la manicura, se sienta en la misma silla,
sonriente, y la peluquera le enseña muestras de cabello natural y aparta el
negro con un gesto de desprecio, y elige el rubio, que cuesta más caro. Y abre
una revista, y la ojea, despreocupada, mientras la peluquera comienza a
trabajar.
JAVIER NIX CALDERÓN
Tremenda paradoja. Poco puede añadirse a lo que has escrito. Gracias. Un saludo!
ResponderEliminarGracias a ti Selegna. Saludos.
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