Pueblo de frontera, situado en el vértice de
tres provincias que son más bien tres mundos distintos, con sus olores,
sabores, colores y arquitecturas diferentes. Anclado a la tierra de un valle
fértil, a resguardo de la Sierra de Gredos y su clima hostil, observas la
penillanura extremeña con la mirada cansada de un jornalero. Desgarrado por tus
costados, tus hermanos mayores se reparten una riqueza que no les pertenece y
te fue arrebatada por la fuerza de las leyes. Cada uno tiraba con rabia de tus
brazos de tierra y madera, luchando por conseguir un pedazo más de botín. Y
así, saqueado, melancólico y pobre, callaste las riquezas inmateriales de tus
vientos, tus aguas y el verde de tus árboles frutales.
Conociste tiempos mejores, desde luego.
Tiempos de cantos, de luz, de salvia nueva, de pureza. Como tantos otros
pueblos de España, de Europa, de Occidente, te despoblaste lentamente. Apenas
seiscientos habitantes viven entre tus muros, pero sé que habitas en muchos
otros. Habitas en mi madre y en sus hermanos. Habitas en sus infancias, en sus
risas, en sus recuerdos y en sus primeras veces. En su primer amor, en su
primer cigarrillo, en su primer baile, en su despertar al mundo. Creaste familias
superlativas, de seis, siete, ocho miembros, y aunque tu tierra es rica, no
había sitio para todos. Los niños crecieron y tras el tiempo de los juegos,
llegó el de los adioses. Envejeciste deprisa, Poyales, demasiado deprisa. Las
grandes ciudades engrasaron su maquinaria con las vidas de los jóvenes de un
medio rural que soñaban con una oportunidad. Algunos se quedaron, manteniendo
el pacto secreto entre el hombre y la tierra, incapaces de soportar el ritmo
frenético de Babilonia. Los hijos de tus
hijos, habitantes de grandes ciudades, ya no correrán libres por tus calles, ni
jugarán en prados entre montañas, ni recogerán moras con la primera luz del
alba, ni sentirán el vínculo eterno que une al hombre con los elementos. Volverán
a ti cada verano a visitar la tierra de sus padres y la muerte te dará una
tregua. Por unos meses, tu llama crepitará con más fuerza en el valle, pero
llegará el otoño, y con él, el silencio, y con el silencio, la paz. En el otoño
te meces bajo las nubes, cogiendo fuerzas para recomenzar el ciclo infinito de
la vida.
Tus hijos te pertenecen. Eres la patria de
esos hombres y mujeres que un día fueron niños, porque no hay más patria que la
infancia. Vives en su recuerdo y en sus acentos, en sus motes, en su nostalgia.
Muchos volverán a tus brazos para pasar sus últimos días buscando el vientre de
una tierra que les concibió, a la que nunca dejaron de estar ligados, que les
nutre, que les llama desde la distancia con la insistencia de una madre.
Eres un pueblo como todos, pero yo puedo
escuchar tu corazón latiendo entre las montañas de la Sierra de Gredos. Puedo
sentir tu alma viajando en el agua de tus ríos y en el tañido de tus campanas. Siento
tu espíritu en los primeros recuerdos de mi infancia, en aquel burro sobre el
que mi abuelo me llevaba a su finca, en aquellos primeros baños en el río, en
mis ocho años recorriendo libre, como no lo he sido nunca más, tus calles
humildes, en aquellas siestas interminables en las que el tiempo parecía
detenerse, en la paciencia de mi abuela aguardando mi llegada en la puerta de su
casa. Eres un pueblo con alma y voz, construido de almas y voces, que nos habla
de la necesidad de hundir las manos en tu suelo, buscando nuestras raíces.
Poyales del Hoyo, pequeño punto en el universo, parpadeo de la Meseta, fusión
entre montaña, valle y llanura, resiste. Resiste para acogernos cuando sintamos
que la ciudad nos engulle. Resiste para seguir irradiando tu luz. Resiste
porque muchos te amamos, pese a la distancia. Resiste para que podamos
reconocer en ti la pureza de un mundo desdibujado por la industrialización.
Poyales del Hoyo, eres fruto, pulmón verde, árbol que crece en nuestro pecho,
un susurro que se propaga por el tiempo y el espacio. Resiste.
JAVIER NIX CALDERÓN
Las fotografías HDR del atardecer y amanecer son propiedad de Juan Carlos Hernández.
2 comentarios:
Las fotografías HDR del amanecer y del atardecer de Poyales, son propiedad de Juan Carlos Hernández y por cierto: consiento su utilización en este blog.
La de D. MARCOS con los niños es de Miguel Camacho JOYANCO y también tiene autorización expresa para su utilización en éste blog. Me ha gustado mucho y larga vida le deseo.
Publicar un comentario