“El español primero es de su pueblo,
de su barrio si vive en una ciudad, después de su comarca, más tarde de su
región, y en último lugar, de España”. La frase, del historiador Claudio Sánchez-Albornoz,
resume el espíritu de un pueblo que nunca fue capaz de agruparse en un proyecto
político común, saqueado por oligarquías y espoleado demasiado a menudo por un
odio cainita hacia lo diferente. La idea de España se ha construido siempre por
oposición: por oposición al musulmán durante la reconquista (sin mayúscula,
porque no hay nada de épico en ella), contra el protestante en la España
imperial, contra todo lo que no fuera castellano durante el siglo XVIII, a
través de la lucha entre tradicionalistas y liberales en el siglo XIX, contra
el socialismo y la modernidad en el siglo XX. España es como el protagonista de
El lobo estepario, de Herman Hesse: un concepto herido, atrapado entre dos
extremos, que se observa a sí mismo incapaz de apreciar la belleza de lo
múltiple, la riqueza cultural y lingüística de su territorio, y aterrado ante
la perspectiva de observarse en un espejo y ver cómo su realidad se fragmenta.
Se entiende con facilidad que el
español sienta en último lugar a España como propia. La vida no es lo
abstracto, sino lo inmediato, y lo inmediato es la calle, el pueblo, la ciudad,
el paisaje por el que se transita. Los lazos emocionales se establecen con el
color de las casas, con el olor de las calles, con los vecinos, con los usos
del lenguaje en cada región. España es un concepto que se aprende cuando se
está lejos. Al estar lejos, se descubre que España es una construcción lingüística,
con una historia falseada y edificada sobre la muerte, el destierro y el miedo.
Sobre todo el miedo.
España es el país del miedo. En España
el miedo ha tenido la fuerza que en otras naciones ha tenido la esperanza y el
afán de modernidad. El motor de la historia de España es el miedo, que siempre
se convierte en odio. España es el país del mundo que más guerras civiles ha
sufrido, y eso no es casualidad. Continuando con el símil con El lobo
estepario, podríamos decir que España mantiene en su interior una pugna entre
el Lobo y el Hombre. El Hombre busca el cambio, el contacto con el medio, el diálogo,
el crecimiento. El Lobo, en cambio, busca el aislamiento, el silencio, la
seguridad ficticia del pasado. Cuando el Hombre avanza un paso hacia el futuro,
el Lobo, asustado por la incertidumbre, muestra los dientes y muerde,
desgarrando la carne del Hombre. Esa carne desgarrada son los más de 200.000
republicanos desaparecidos tras la guerra civil española. Esa carne desgarrada
es Federico García Lorca siendo fusilado en un barranco de Granada en 1936. Esa
carne desgarrada es Antonio Machado muriendo exiliado, solo y enfermo en
Collioure en 1939.
España ignora, o quiere ignorar, que la
identidad nacional es una ficción. España no es Una, Grande y Libre, como
rezaba la consigna franquista. Esa consigna, gritada por el Lobo para acallar
al Hombre, se disipa al contacto con el primer sol de la realidad. España no es
Una: España es una multiplicidad, una cebolla de cien capas, una tela de mil
hilos, enriquecida por todos aquellos pueblos que la habitaron. España no es
Grande: España es un apéndice de Europa, una frontera entre dos continentes, un
pequeño punto en el mundo, un parpadeo de la tierra entre las aguas del Atlántico
y el Mediterráneo. España no es Libre: España es una prisión de pueblos, el
único país del mundo donde el fascismo ganó la guerra, el lugar donde, hasta
hace menos de 40 años, podías ir a la cárcel si hablabas catalán, vasco o
gallego en público.
España no duele, como dijo Unamuno.
España, o mejor dicho, la idea de España, cansa, aburre, hastía. La idea de
España fue construida por aquellos a los que no les importa nada España. La idea
de España es una excusa para perpetuar el dominio de un pueblo sobre otros, de
una clase sobre otras, de una visión del mundo sobre otras. Mi idea de España no
incluye la palabra España, sino otras, más humanas, como Justicia, Dignidad,
Igualdad, Oportunidades, Respeto. Mi idea de España es el Hombre domesticando
al Lobo, el Hombre observando en un espejo cómo su imagen se fragmenta en dos,
diez, mil, un millón de hombres diferentes, únicos, caminando por avenidas
paralelas, y los abraza a todos y de todos se siente parte. España no existe
porque no existe el Yo. Y si vuelven a gritar que sí, que existe esa España,
que existe el Yo, es el Lobo que aúlla, es el Lobo que se retuerce y enseña los
dientes, es el Lobo que ataca, es el Lobo huyendo del espejo que le muestra su
propia miseria. Pero el Hombre ya no es un Hombre, ahora el Hombre son un
millón de hombres y mujeres que han abandonado la estepa, que se internan en el
bosque sin miedo al Lobo, que se reconocen en los otros.
El Hombre puede demostrar que Jaime
Gil de Biedma se equivocaba al decir que “De entre todas las historias de la historia,
la más triste es la de España, porque termina mal”, porque aún no ha terminado.
En realidad, no ha hecho más que empezar.
JAVIER NIX CALDERÓN
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