El fracaso es un maestro ineludible. En la escuela, en
nuestro círculo de amistades, incluso en nuestra familia, se nos cataloga por
nuestro nivel de éxito. Tenemos que mantener ese statu quo, porque construimos
nuestra autoestima alrededor de nuestra capacidad para triunfar. El binomio
éxito-fracaso es el primer elemento que nos separa de los demás. ¿Por qué ese
miedo al fracaso, por qué ese amor al éxito? Lo que nos define no son los
éxitos. No. Somos quienes somos por los fracasos que acumulamos. En todos ellos
hay una enseñanza, algo que afinar. El fracaso es una oportunidad para
descansar en el camino. El fracaso no es una piedra con la que tropezamos. Es
una piedra, sí, pero una piedra en la que sentarse a descansar, a tomar aire, a
recapacitar, a analizar. Fracasar nos hace más conscientes de nuestras
limitaciones. Fracasar nos hace grandes, grandes porque somos pequeños y es
entonces cuando nos damos cuenta.
Los grandes, los
grandes de verdad, se sentían profundos fracasados, sin serlo. Cervantes murió
sin haber conocido el éxito económico tras publicar El Quijote. Cuando dos franceses
acudieron a la corte de Felipe III, quisieron conocer a quien consideraban el
hombre más ingenioso del mundo. Preguntaron en qué palacio vivía. Un marqués
les confesó la verdad: Cervantes era “viejo, soldado y pobre”. Cómo puede ser,
exclamaron, que el rey no le haya puesto un sueldo vitalicio. El marqués
respondió: “Si es la necesidad la que le obliga a escribir, ruego a Dios que
nunca tenga abundancia, para que con sus obras, siendo él pobre, haga rico a
todo el mundo”. Y no es el único caso. Hay miles. Van Gogh, el pintor con el
récord de precio de venta de una obra de arte en una subasta, murió solo, pobre
y loco. Desasistido, suplicando dinero a su hermano Theo, Van Gogh pasó media
vida deambulando por pueblos de Bélgica, Francia y Holanda. Se acercó a los
pobres, porque vio en su derrota la esencia de todo aquello que nos hace
humanos. Obsesionado con pintar, dedicó ocho años de su corta vida a realizar
más de 900 cuadros y más de 3000 dibujos. Y fracasaba siempre, porque no logró
vender un solo cuadro. El fracaso le espoleó. El fracaso le enseñó a pintar. La
fe en sí mismo le hizo continuar. Persistió, aprendió a fracasar cada vez
mejor, a fracasar con estilo, y su pincel se derramó en un sinfín de estrellas
que nos iluminan desde hace más de cien años. Mi admirado John Fante no conoció
el éxito más que en una fugaz ocasión, en la que vendió uno de sus libros para
ser adaptado al cine. Los siguientes treinta años los pasó olvidado, pero
siguió escribiendo. Bukowski, que también experimentó el fracaso una vez tras
otra, lo rescató de ese olvido, exigiendo a su editor que publicara Pregúntale
al polvo, una obra que es hoy ya inmortal. Fante, enfermo de diabetes, ciego,
con un brazo y una pierna amputados, sólo disfrutó durante dos años del
reconocimiento que siempre mereció.
El éxito es un cable muy fino que recorremos con miedo a
caer de él. Creemos que el fracaso es un abismo del que nunca se sale, pero es
en realidad el aire en el que podemos desplegar nuestras alas. En el éxito somos
funambulistas asustados, pero en el fracaso somos pájaros que remontan el
vuelo, que viajan hasta sus profundidades y vuelven a ascender. ¿Dónde están
esas alas? ¿En qué lugar remoto de nuestro ser se encuentran? Solo el que ha
fracasado muchas veces lo sabe. El éxito
nos esclaviza, nos obliga a superarnos constantemente, pero el fracaso es
libertad, pausa, crecimiento. Yo he fracasado muchas veces. No soy brillante.
Repetí un curso en el instituto. He suspendido dos oposiciones. Han roto varios
currículos míos ante mis ojos. No consigo escribir algo digno de ser leído. Me
gusta el graffiti, pero no tengo talento. Pero, ¿sabéis algo? Estoy enamorado
hasta la médula del fracaso. Pienso en fracasar y algo dentro de mí se agita y
me eriza la piel, porque significa que estoy en marcha. Entre un hombre que
camina y otro con miedo a comenzar solo media el deseo de fracasar. Quiero
fracasar más. Quiero fracasar cada vez mejor. Quiero fracasar con estilo. Y si
algún día dejo de fracasar, será porque he muerto. Si algún día dejo de
aprender, será porque me he vuelto soberbio y entonces en el fondo ya estaré
muerto. El éxito es un cohete que estalla en la noche. Nos maravilla, nos
hipnotiza, pero no es real. Desaparece en pocos segundos. Lo que es real es el
fracaso. Esa debe ser la primera enseñanza de nuestras vidas. Fracasa. Fracasa
siempre. Fracasa bien. Levántate y sigue en marcha. No te rindas. Fracasa. Ten
éxito. Vuelve a fracasar cada vez mejor. La noche seguirá oscura, pero la luz
te inundará por dentro.
JAVIER NIX CALDERÓN
2 comentarios:
Qué bueno, qué bien sienta el fracaso en la dosis justa para despertar la conciencia y la curiosidad por ver más allá. Me encantó,tal y como creo que me va a seguir ocurriendo con cada uno de tus textos.
Maravillosa nota, el éxito es esclavitud, pero vivimos en una sociedad sumisa en la que se busca a “ciegas” el éxito. Copiamos y refreímos la nota!!!
Salud, alegría y fracasos!!!
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