De
entre todas las afirmaciones que se han realizado sobre el Guernica de Picasso,
sólo hay una en la que coinciden todos los críticos de arte, artistas y
estudiosos de la obra picassiana: Guernica es algo más que un cuadro. No sólo
por sus grandes dimensiones, de 3,5 metros de alto y casi 8 de altura, que lo convierten en la obra más grande que realizó Picasso, sino también por el
simbolismo que encierra y su innegable vocación universal. Guernica se
convirtió en el mismo momento de su alumbramiento en una declaración de guerra
contra la guerra y un manifiesto contra la violencia. Aunque el leitmotiv de la
creación del cuadro fue el bombardeo aéreo de Guernica por parte de la Legión
Cóndor alemana, el objetivo último de Picasso era convertir su obra en un símbolo
universal de denuncia de la violencia causada por la guerra y de las muertes de
un siglo en el que los métodos de producción en masa se pusieron al servicio de
la industria militar. Por esa razón, pronto su Guernica entró en ese reducido
club de cuadros que integran la formación visual de las generaciones, tanto
posteriores como contemporáneas al trágico bombardeo. La lista, que puede
alcanzar diez o quince pinturas, está compuesta por algunos cuadros como El
grito, de Munch, La Gioconda, de Leonardo da Vinci o Los girasoles, de Van
Gogh.