jueves, 27 de diciembre de 2012

AEROSOL



Eres el chorro a propulsión con el que fabricábamos nuestros sueños de adolescente. Eres un millón de partículas en suspensión, que transmuta la materia para convertir lo gris en algo hermoso. Eres la última frontera, el último espacio de libertad entre los muros opresivos de la gran ciudad. Eres droga, el principio y el fin de una adicción. Eres la eterna promesa de un arte libre, del arte del siglo XXI, de la rehumanización de una especie que avanza imparable hacia su conversión en números y datos estadísticos.

Recuerdo tu tacto frío, tu cuerpo robusto metálico, tu forma curvilínea. Recuerdo el golpeteo de la sangre en las sienes en los instantes previos a la salida del color por tu boca. Recuerdo mis dieciséis años, nuestros dieciséis años, y la adrenalina fluyendo, tensando los músculos y aguzando los sentidos. Recuerdo la leve conciencia de estar haciendo algo hermoso y prohibido. El impulso por transgredir, por avanzar, por colocar nuestro nombre en un lugar más alto, más visible, nos hizo observar la realidad con una mirada distinta. El graffiti nos reconciliaba con un mundo áspero y hostil. Nos sentíamos al margen de una sociedad plana repleta de cánones y normas que sólo añadían más vacío, más tristeza. Lo que empezó como un juego, pronto cobró una dimensión espiritual: fuimos conscientes de que nuestros nombres permanecerán en las paredes mucho tiempo después de que hayamos muerto.

Muchos no lo entenderán. No importa. Ellos no conocen esa sensación, y es mejor así. Acéptalo, eres diferente. Decidiste regalarle al mundo un pedazo de ti mismo cuando eras un niño. A eso se le llama arte. Hoy sabes que el arte no siempre es armónico, bello o estético: el arte también es un wildstyle que retuerce sus formas y extiende sus líneas hasta el infinito, y el artista, un encapuchado que recorre una ciudad de madrugada. El arte es un aerosol que tintinea en las noches y resplandece entre el plata, el rojo, el verde y el negro. El arte somos tú y yo gritándole al mundo que estamos vivos.


JAVIER NIX CALDERÓN

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