domingo, 27 de enero de 2013

EL ÚLTIMO SUPERVIVIENTE DEL 11 DE SEPTIEMBRE



Soy el único superviviente de la Zona Cero. Soy un peral. Resistí a toneladas de cemento y acero cayendo sobre mí aquel 11 de septiembre de 2001. Fui testigo de primera línea del atentado terrorista más sangriento en la historia de la Humanidad. Estuve enterrado más de un mes entre los escombros del World Trade Center. Esta es mi historia.

Cuentan que aquella mañana de septiembre dos aviones se estrellaron contra las dos torres que se alzaban imponentes a ambos lados de la plaza en la que vivo. Eran las Torres Gemelas, el símbolo del poder económico de los Estados Unidos. Ahora la plaza es un espacio casi desnudo, en el que se construyó un monumento a la memoria de las casi tres mil personas que perdieron la vida aquel día. La llamaron Zona Cero. Cuentan que el mundo cambió tras aquel 11 de septiembre, que el Imperio más importante de los últimos cien años recibió una bofetada en pleno rostro que no esperaba, pero yo sólo sentí el humo cubriendo el cielo de Manhattan. Tras el primer impacto, una multitud atónita se congregó en los alrededores, observando la Torre Sur ardiendo. El estupor pronto dio paso al pánico. Una lluvia de papeles caía sobre mí, colándose entre mis hojas, que amarilleaban por la cercanía del otoño. Las sirenas de las ambulancias y los coches de bomberos inundaron la plaza mientras la multitud retrocedía asustada. Algunos minutos después, otro avión se estrelló contra la Torre Norte. Una bola de fuego se alzó sobre una ciudad de Nueva York que gritaba aterrorizada.

La atmósfera era irrespirable. Comenzaron a caer las primeras personas de los pisos superiores de las torres. Se lanzaban al vacío, acosadas por el fuego y el humo. Pude sentir el impacto de sus cuerpos contra el suelo y los gritos de los que contemplaban su vuelo mortal. El mundo se desmoronaba a mi alrededor mientras todos huían. Sólo los bomberos subían a los rascacielos intentando salvar a los que estaban atrapados. La primera torre colapsó y se vino abajo. La Historia devoró a los que no pudieron salir. Una nube de escombros, polvo y humo me enterró. La Tierra, mi madre, se quedó a oscuras para mí. El sol dejó de acariciarme con sus rayos. Poco después, la segunda torre cayó como un castillo de naipes abrasado. Manhattan enmudeció. No pude sentir más.



Permanecí mucho tiempo enterrado entre los escombros del orgullo económico de América. Sin embargo, aún había vida en mí. Mis raíces bombeaban el flujo vital de la salvia hacia mis ramas maltrechas. Quedé destrozado, apenas con un hálito de vida, pero resistí. Me desenterraron un mes después. Las caras de los que me encontraron dibujaron una mueca de incredulidad al comprobar que seguía con vida. Algunos lloraron. Sus lágrimas fueron el primer líquido que mojó la tierra sobre la que me levanto. Me convertí en un símbolo para unos hombres hambrientos de esperanza, pero sólo soy un árbol. Me trasladaron a otra zona en la que me curé de mis heridas y crecí hasta recuperar el esplendor de otros tiempos. Los neoyorkinos me visitaban. Me convertí en objeto de culto para un país herido en su orgullo imperial. Colgaron banderas sobre mis ramas, entonaron himnos ante mí, rezaron abrazados a mi tronco. Fui el primer árbol de América, el icono de su lucha, el último superviviente del 11 de septiembre. Ahora pertenezco al Memorial del World Trade Center.

Pero no soy el símbolo del poder americano. En todo caso soy el símbolo del planeta Tierra, que se resiste a claudicar ante el empeño del ser humano por destruir a sus semejantes. Soy el símbolo del sol, del agua, de la tierra, del oxígeno. Soy el símbolo de la Naturaleza, de los elementos, del futuro. Soy un superviviente del caos, del humo y del acero cayendo sobre los hombres. Soy el árbol de Hiroshima, que sobrevivió a la bomba atómica. Soy un bosque en Chernóbil, creciendo fuerte tras la explosión del reactor nuclear. Soy un mensaje de la Madre Tierra a los seres humanos que les explica que la Vida siempre triunfa. Soy la esperanza, vuestra esperanza. La eterna promesa del renacer. Soy todos los hombres que luchan por la paz. Soy el último superviviente del odio. Soy un árbol. Soy la Vida venciendo a la Muerte.




JAVIER NIX CALDERÓN




1 comentario:

Isolda Wagner dijo...

1La naturaleza siempre gana. De la humana, no digo nada. Es una nermosura que anima el día. Un beso, Rafael